De niña, mis papás compraron mi casa de la Barbie de tres pisos. Llenaba esos tres pisos con cuartos, cocinas y divertidas terrazas. Jugaba sola, por lo que las voces y soundtrack se llevaban en mi cabeza. Mi colección de barbies fue grande, pero mis padres no repararon en una cosa: un solo ken.
A falta de hermanos, no había un giJoe que haga las veces del amado de mis muñecas, por lo que uno debía repartirse entre todas. Y así fue.
Confieso haber explorado el sexo con mis muñecas. Sin saber cómo debía sentirse, ellas eran las que cumplían mis fantasías con su rubio compañero. Ellas eran las asediadas, las observadas, las envidiadas. Ken llegaba y las saludaba, conquistándolas con su adorable sonrisa. Todas morían por él, y él moría por todas. La más linda era siempre la buena, la de pelo marrón era siempre la que entraba después, con las palabras adecuadas, distraía al buen mozo de sus faenas de buen señor, y lo encamaba en su lecho matrimonial. Eso sí: él siempre encima, porque en ese entonces, para mí no existía otro formato de cópula, tampoco palabras como tirar y follar y “hacer el amor” era demasiado complicado. Just plain “sex”.
De esta manera, el concepto de La Otra fue entrando a mi vida, pero no calaba de la misma forma que una Talía mexicana, la más amada y la que más se enamoraba. La que yo quería ser.
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2 comentarios:
Just plain sex....
Uno cree poder dominar esa frase...
Todo el tiempo...
Pero hay veces en que deja de ser just sex...
Dejas de lado el plain sex...
Como siempre en esta vida las cosas tienden a complicarse...
Beso,
Y como Barbie con Ken, yo solía fantasear con ese mundo de muñecas ideal (de dos), pero en mi real mundo me tocó ser la tercera.
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